jueves, 28 de enero de 2010

Hacete un té

He de servirme el te antes de que se enfríe del todo y sea un desierto solitario como yo. Mientras, los mosquitos te atacan en bandadas más organizadas que las asociaciones del crimen organizado de Italia y percuten en tus piernas tan suaves i delicadas que quedan llenas de manchas con pupitos de sangre al centro, color rojo, casi violeta. Y te rascás cada vez más fuerte y de forma incisiva, te digo que no lo hagas y me decís que así ha de pasar. Te digo que es peor y que te vas a lastimar pero ya para ese momento estás rasgando la carne debajo de tu tejido epitelial y todo se pone cada vez más rojo. Escurro el saquito para que caigan hasta las últimas gotas de sabor, agrego un chorro de miel de polillas y mezclo. Se forma un liquido espeso ( la eterna imagen que no se altera) y lo unto sobre tus heridas, efervece, salen unas burbujitas y un humo vaporoso que me afloja los mocos y las lágrimas. Me siento pelando una cebolla. Siempre te reís porque decís que cualquier cosa que cocino he de ponerle cebolla, que la receta se inicia con el picado de la misma, ya sea en pequeños trozos o en grandes partes , a la sartén o al horno. Siempre te reís.

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