sábado, 30 de enero de 2010

liviandad

Qué raros los movimientos de la gente en los supermercados, la contemplación de los productos, la forma de elegir un flan, el cotejo de los precios, el modo de pararse ante la góndola, el pasillo de los productos de lavado de la ropa tiene un aroma inquietante, me perpetraría allí, congelada. Qué extraños los modos de circular observándo las mercaderías; papel higiénico no, rollos de papel sí. La ternura de la carnicería, esos trozos rojos, danzar entre los pollos y las tiras de asado; la bandejas con muslos, mis preferidas.
Qué extraña perplejidad el supermercado. Corrientes de tentación, frenético deseo, imperturbable pulular, pulsar el botón de la energía. Parece que todo podría resolverse si me llevo un jugo de naranja, pan lactal, un cuarto de pastafrola, tomate, papa, manteca y leche. Qué lindo y extraño es el súper, por algo las señoras de su casa pasan mucho rato en ellos. Sabias, sabias señoras.

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